domingo, 11 de abril de 2010

Las Cuatro Estaciones: Día de Otoño

  Érase una vez en un parque oculto entre la ciudad, con hierba verde fresca, arbustos oscuros y lustrosos, con árboles añosos, de muchas ramas, decrépitos y cubiertos de sus muchísimas hojas; una pequeña banquita, y en el un hombre sentado. Un día tibio, unas nubes dispersas, un sol que brillaba débilmente, un silencio tranquilo.
   Érase un libro, que yacía junto al hombre, con la cubierta ajada, con las hojas amarillentas, y sobre el un sombrero, uno oscuro, uno pequeño, que trataba de camuflarse en el sendero de ese pequeño parque, oculto entre la ciudad.
    Érase un grupo de hojas, de color verde oscuro, que se acompañaban de otras, cafés, marchitas y secas... hojas que querían vivir el invierno, y hojas que desistieron de este. Pero todas habían compartido muchas tardes soleadas, tardes de vida, de verde y de provecho.
    Érase un par de ojos, que observaban, como las hojas cafés saltaban a la infinita distancia que los separaba del piso... girando, revoloteando, y planeando en un aire oscuro y fragante a tierra húmeda, hojas ya sin vida, pero que sin vida, daban vida a ese bosque.
    Érase un árbol, que despedía a sus hojas, con nostalgia, pero que sabía que partían, porque debían hacer algo más. Un grupo de arbustos, que contemplaban un adiós, inmóviles, en silencio, queriendo no entrometerse en esa hermosa caída.
    Érase la vez que un hombre, en un pequeño parque oculto, decidió contemplar las hojas caer, una tibia tarde de otoño.
    Érase la vez, que de las hojas aprendió....

No hay comentarios:

Publicar un comentario