domingo, 11 de abril de 2010

La Taza de Café: Décima taza

Décima taza, el interludio del alma 
 
     Desperté  con el cuerpo aun afectado por los últimos días, pero claramente recuperado. Hace en días que parte de mi mente luchaba contra el resto de ella, por ilustrarlo de alguna forma. Esta vez, opté por comenzar el día con un latte machiatto y unas tostadas. Fue un buen desayuno, y aunque suene extraño, bastante carente de café, ya que apenas si ocupaba un cuarto de la taza, y es en gran parte leche. Pero un día de relajo, ameritaba un café relajado. Me trajo algo de paz y memorias que no eran dolorosas.
     Durante la mañana, tome la decisión de visitar a otra amiga, Ema. Hace tiempo que no la veo y tampoco he sabido de ella. La llamé, y llegamos al acuerdo de reunirnos en una fuente de soda durante la tarde, una vez que hubiese vuelto a Londres. Inicie mi curso en cuanto pude, y realicé el viaje en completa armonía. Evité recordar y traté de descansar un poco más para llegar repuesto a Londres. En cuanto arribé, me dirigí al teatro para distraer mi mente, mientras esperaba la hora acordada. Hoy se presentaría la sinfónica de Alemania, interpretando una de mis obras favoritas de música docta. Realmente me transportaba a otro mundo, que era justo lo que necesitaba en estos momentos.
     Así  transcurrió el día camino hacia la tarde, cual deliciosa taza de café frente a un prado lluvioso. Me dirigí a la fuente de soda, donde divisé a Ema sin mucha dificultad. Era una chica de cabello no muy largo, que acostumbraba llevar jeans y diversas remeras, además de ocupar gafas y atuendo acorde al frío clima que vivíamos. Era un poco ruidosa en su actuar, pero era simpática y una buena amiga durante los días difíciles. Le hable para que volteara y le saludé con un abrazo. Hola Ema – dije con un poco más de animosidad que la que comúnmente esta habitando en mi. Hola Lance, tiempo sin verte, ¿has estado bien? – preguntó rápidamente, como es su costumbre. No hay nada que se le escape. Pues la verdad, mi ánimo no ha sido el mejor – contesté. Y tú, ¿cómo has estado? – proseguí. Bien, aunque algunos asuntos tenían confundido un poco a mi corazón, como te comenté en algún momento por teléfono – confesó. Lo entiendo, tranquila, el tiempo te dará las soluciones que esperas, después de todo gran parte de lo que ocurra esta en tus manos – explique, puesto ella era del gusto de un chico el cual no sabía muy bien que rol debiese ocupar en su vida. Ah, los roles de la vida, que asunto más complejo y engorroso. ¿Y qué has hecho últimamente? – inquirió. Es de las personas que tienen un interés especial por las historias de los demás, y no permitiría que me zafase aconsejándole. Le conté mi historia, evidentemente sin ahondar mucho en temas como el juicio, sino mas bien en los problemas que había dentro de mí, que era probablemente lo que estaba buscando saber. Entiendo, creo que estas en una peor situación que yo – dijo, tratando de aligerar la conversación. Pero mantén la calma, incluso con ese deseo de evitar sentir, se que podrás sanar. Supongo que era inevitable que notara que el sentimiento que me vacía y debilita tanto, es el mismo que deseo sepultar, el que se encuentra marchito. El amor. Sinceramente, mi debilidad. Pero bueno, seguimos hablando de cosas más triviales, comimos, y pasamos un buen rato.
     Fue agradable ver a alguien que entendía lo que hay dentro de mí, pero independiente de lo que haga, aun me queda un enfrentamiento con el infierno. Luego de despedirnos, me dirigí a mi estudio en Londres. Deje mis pertenencias en el ropero. Revise mi correspondencia, y hallé un pequeño mensaje de James: “un café es mejor como un deleite que como un despertador. Espero que repongas tus energías para concluir tus asuntos. James”. Gran mensaje. De hecho, pronto seria incluido dentro de mis propias reglas. Sonreí para mis adentros y coloque el mensaje junto a algunos memorandos que había escrito yo mismo. Luego de arreglarme con calma, me recosté. Esa noche trataría de descansar también. Aun estoy a mitad de viaje.

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